Caminos oscuros.
Silencio dormido sobre
árboles espectrales.
Pasa el viento con
quejidos y vaho a muerte.
Los ojos están cerrados.
Solo el perverso,
el derramador de sangre,
atraviesa senderos.
Pero yo,
agobiado, cruzo
aguas putrefactas y
un puente herrumbroso.
No pienso,
no hablo,
no rio.
No puedo.
Grito, lloro, clamo.
Yo y mi dolor,
mi sufrimiento.
El médico público me
mira y siento
una burla.
Está entretenido:
acaricia y besa su
cachorro con
pelaje amarillo.
Frustrado, cansado,
agotado y angustiado
columbro una sola
y única salida como
una puerta blanca franca:
el doctor de los pobres,
el de los desamparados,
en la mugrosa esquina
del miserioso y
triste barrio.
El tiene alma,
luz y también
esperanza.