Samuel Santana

Quebranto

Caminos oscuros.

Silencio dormido sobre

árboles espectrales.

Pasa el viento con

quejidos y vaho a muerte.

Los ojos están cerrados.

Solo el perverso,

el derramador de sangre,

atraviesa senderos.

Pero yo,

agobiado, cruzo

aguas putrefactas y

un puente herrumbroso.

No pienso,

no hablo,

no rio.

No puedo.

Grito, lloro, clamo.

Yo y mi dolor,

mi sufrimiento.

El médico público me

mira y siento

una burla.

Está entretenido:

acaricia y besa su

cachorro con

pelaje amarillo.

Frustrado, cansado,

agotado y angustiado

columbro una sola

y única salida como

una puerta blanca franca:

el doctor de los pobres,

el de los desamparados,

en la mugrosa esquina

del miserioso y

triste barrio.

El tiene alma,

luz y también

esperanza.