Me enamoré del mar que eres, sin conocer tus costas transparentes y tus aguas, de tu brisa que llegaba enredada en las palabras, rodeada de amores te sentí, y me enamoré, aún sabiéndote lejana, esperándote siempre detrás del azul o del verde, sin miedo, cuajado tu horizonte de esperanzas aprendí de tus olas, se me llenaron los ojos de tu espuma y los minerales disueltos en tus aguas inundaron mis vértebras y mis manos.
Siempre te elegí, una, dos, tres, todas las veces preferí tus aguas, y me deje volar, flotar en la noche que hay en tu mirada, repleta de estrellas mansas; tú eres todo el Mar, y tus ojos son la bóveda materna, con todas esas constelaciones dibujadas, atrayendo el corazón marinero al puerto donde el tuyo se baña y descansa.
Un día me fui a caminar sobre tus playas; me hundí amante en tu vientre de algas, y me quedé dentro de las caracolas, allá, en el fondo de tu alma, con mi voz gritando versos que declamaban las gaviotas; fuiste todo el océano posible, fuiste bahía y cuna para el sol y la luna.
Ahora guardo sobre mi piel tu arena, y te descubro tierna, abierta en bienvenidas, acariciante, espléndida, desnuda entre las olas y el coral. Ahora sé, que la distancia de nuestras orillas está muy cerca, y al llegar finalmente a tu biografía, descenderé como pez a tus corrientes, para después doblarnos en el lecho de sal, con las manos reventando de poemas, y sin pausas, dejarnos acariciar por las mareas.