Distinguida poetisa Doña Aurora:
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He recibido con inusitada sorpresa, su atenta misiva de ayer, que ha producido en mi ser, un cierto desconcierto, angustia profunda, y tibieza a mi alma vagabunda e inquieta y, pues no imaginaba que este hombre curtido en asiduos devaneos, esta mañana hermosa, fuera preso del espíritu de una rosa, en mi ser aventurero, y que en letras se gloriara presurosa, causándome ebrias emociones, algo difíciles de exponer, pero usted con gran acierto lo ha logrado muy bien, y del breve encuentro surgido, donde se dieron intensos latidos y como fieras rugidos, mutuamente, agradados disfrutamos hasta el hartazgo y cansancio, no debió dejar huellas, ni querellas, ¡obviamente! ni consecuencia alguna, y por si hubiera algún asomo de duda, se lo reitera este puma.
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¡Por fortuna! no hubo de pasar mas lejos, o como cualquier otro idilio entre modernos adultos, por motivos diferentes, con seguridad muy ardientes, que ocurren frecuentemente entre hombres y mujeres -decentes-. Le confieso fui movido del espíritu aventurero, del guerrero bien nutrido, y que en mi ser vive atento, complaciente de faenas sin demora, entre doncellas de otoño o de primavera, para mi no hay barbas en remojo, yo le entro aún medio cojo, con apurado arrobo, dándome con apremio a mis lucidos antojos.
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Y si el motivo sugiere en la premura probar una exquisita delicia, cual aperitivo o preludio de un banquete por justicia musical, donde habrá vino añejo y vino de temporada, llenas serán las copas con ansias y anhelos de almas enamoradas, siendo el sagrado vino, influyente en la diversión, sin dudarlo, un vino bueno, de la casa de Borbón, nos llevase de un jalón al callejón de la suerte, al desenfreno y follón, gozándonos placeres, de prodigas de emociones, y tibios amaneceres, pero no sementera de siembras sentimentales.
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¡Por Dios! si todo fue lluvia fresca, furia de incontenible pasión, una lección de moda que usted se atrevió aprender, mi preciosa y digna dama, de aquela dulce ocasión, entre brazos seductores de este conquistador, resabido en asuntos del amor, ¡como ve eso soy! por añadidura poeta y amante acostumbrado a beber néctares de la flor, para seguir el camino recio, guardando para mi el sabor cual trofeo preciado, en el cofre del amor, siendo mi gusto seguir sin rumbo fijo hacia otra encumbrada flor, que me brinde nuevo sabor y, feliz se acomode en mi lecho , con cariño y valor, apretada contra mi pecho, y clavada por la estocada de este viejo matador.
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Por lo antes aclarado, lamento decepcionar la poetisa Doña Aurora, al no corresponderle en la misma consternación, que usted siente por mi ahora, y la haya mal turbado mi sensación por bocón, aunque negarle no puedo, en su piel ardiente dormí aquel día, feliz como una lombriz y sus gemidos de loba vieja olvidarlos no podría, pues los sigo escuchando en dramática obsesión, pero mw permito decirle, no soy jardinero que cultiva una sola flor, soy marinero de luces que tiene en cada puerto un amor, no nací para amar por tiempo indeterminado y ser fiel a una única pasión, no me conformo con una, cuando puedo tenerlas todas en mi portal y vergel, así mi corazón infiel se ensalza contemplando muchas estrellas, y poseyendo las que pueda de ellas.
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Porque mi corazón se desespera en las hembras bellas, que llegan a mi abrevadero a nutrirse en mis poemas y van construyendo versos para mi satisfacción, y por favor no mal interprete mi palabras, soy sincero y bonachón, recuérdeme como un hijo de cometa y no como un hijo de fruta, pasando raudo y fugaz universo de planetas, sin querer llegar jamás a ninguna meta, que va dejando su estela de prosas rimadas a sus Divinas Diosas, ¿ficticias o reales?, pero adoradoras de la esencia de mis sueños inmortales y moradoras en ellos.
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Me despido Doña Aurora, igualmente con elegancia, y la debida educación, agradeciendo abrumado su epístola sin arrogancia, contentiva de su amor, deseándole con fervor se beneficie en la pasión vivida, y disfrute con ilusión, siéntase afortunada, con confianza de convidarme cuando apetezca mis besos, sin celos, ni obstinación, pues no gusto de reclamos, ni de llantos desdeñados sin razón. ¡Ah! y no olvide usted su acostumbrado regalo, para comprarle chorizo y un vino de estación y le prometo ser su dilecto, amigo con derecho, y sin ninguna obligación, se lo dice convencido, su muy seguro y atento servidor, Ambrosio de los Santos, el poeta picaflor.
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Raquelinamor/
Venezuela/2016