La aurora de tus ojos, llego a mi alma
disipando hasta la última tiniebla;
el sol en tus pupilas reflejado,
me envolvió el corazón en su tibieza;
en el jardín marchito de mi invierno,
de pronto floreció la primavera,
cuando el soplo de vida de tu aliento
bajó desde el edén hasta mi vera…
En lo más tenebroso de mi noche,
tu mirada encendió una luna llena;
se borraron las nubes de mi cielo,
mi firmamento se pobló de estrellas…
Mi vida, que vagaba sin sentido,
encontró su razón en tu belleza;
me enseñaste a creer en los milagros,
haciendo realidades mis quimeras;
tus labios me llevaron por caminos,
de magia, de ilusión y de pureza;
en cada beso tuyo, bebí gloria
del cáliz de tu boca, siempre fresca…
No dejes que me vaya de este mundo,
sin que en tus ojos, otra vez me vea;
sin que te dé una última caricia…
No me dejes morir, sin que estés cerca…
Si veo el paraíso retratado
en el fulgor de tus pupilas negras,
pensaré que no todo ha terminado,
y en ese paraíso, Dios me espera…