Bostezaba enero su siesta gigante y nos partió la boca con filosas ganas de ungir nuestros besos con vino de rosas, con néctar ardiente de todas las flores. Mordimos con ansias las frutas maduras bebiendo de ellas hasta el último aliento, hasta emborracharnos de goce infinito y despojar del cielo el gigantesco sol. El vuelo del tiempo detuvo su marcha para eternizar nuestro bello conjuro: fusión encendida en un rito de amor.