De trigales es tu rostro;
tus ojos, de tierras fértiles
bajo un cïelo de otoño
cerrado y de vientos leves.
En el alma mía engendra
tu mirada balcones
de rosales y claveles
que la hacen sentir hermosa
pero mientras, las espinas,
detrás del olor la hieren.
Jardines de Babilonia
cuelgan en tu fino rostro;
¡ay, cuajados de flores de
pasión están los parterres
entre los que flotan dulces,
como armonías de lira,
zumbidos de cien abejas
que elaborando están sus mïeles!
Siendo contrarïa tu figura
a la del león de Nemea,
cómo püedes rendir
a tus pïes mis ejércitos
como la inocente Europa
ante el toro inmaculado
y desafiar mis murallas
con tu mirada profunda
y sencilla que dispara
flechas de diamantes y oro
con la destreza de Diana,
y haces que las corintïas
columnas de mi Templo se
estremezcan y se quiebren
huyendo la devoción
entre las mártires grietas.
¿Cómo siendo tu nobleza
y sensibilidad tan
obvias, que podría Paris
la manzana de oro darte
entre Diosas poderosas
puedes dejarme entre llamas
como Nerón dejó a Roma,
en una eterna agonía
como el triste Prometeo
y no dejarme venirme
abajo en forma de cenizas?
Quisiera que mi mirada
pastorease en tus tierras
fértiles, y cual espejo
de los rojos arreboles
sembrar entre tus trigales
amapolas de pasión,
y que de entre tus estrechos
parterres Aüra haga correr
leves y cálidas brisas
que a mi alma calen y exalten.
Es arte tu ligereza;
musa de amor y dolor eres,
persona de fe sencilla
que a tu merced mi amor tienes.