Tus ojos negros (tan negros),
despertando encima de la almohada,
dejando rutas paralelas
en la arena blanca, allí,
donde tus pies pequeños,
marchan en pasos que viene
a transitar la esperanza.
Eres toda la playa que necesito,
con fronteras de aguas claras,
donde el amor se enjuaga el rostro,
y se le quedan en el pelo
las espumas arremolinadas;
vigilado por el disco de la luna,
que se aferra al día arañando el mar.
El aire azul, alimenta las alas
de mil pájaros, que emigraran mañana;
llevándose con ellos el aliento,
de esa música enamorada,
la que dejó un violin
sentada en tu garganta.
Marcados por la apetencia,
mis pies se mueven,
girando siempre en la circunferencia
que se inclina a tu estatura;
y están mis manos (florecidas),
que no se alejan
de las manos tuyas.
Rondan en paz los sueños,
susurrando caricias,
tocando tu piel apenas
con sus esmeraldas,
y tú, paloma que trae el alba,
más acá de la
habitable distancia,
siempre (siempre),
como cadena de besos,
como tiempo suspendido,
me acompañas.