Horacio Armas

Para una triste alma a la cual desprecio

 

Nunca fueron bellos esos ojos,
ni el amor se abría al verme:
sólo se imponía mi corazón
y se olvidaba de quererme.

 

Pinté un cielo de palabras,
el cual nunca decifraste,
pues tu norte rebuznaba
y en tu espíritu no había contrastes.

 

Debí abrazarme a la cruel verdad,
de aquellos labios que carecían de confianza,
sus palabras ajustaron mi delirio,
hoy son una curva sobre mi semblanza.

 

No sé qué habrá más allá del amor,
o lo que sea que haya sido,
he dejado escurrir las arenas,
mientras gobernaba el mundo estando dormido.

 

¡Ay!, amor que en mis adentros chilla,
¡no ha quemado jamás con tal fulgor!,
pero ya de pereza ha muerto
con mucho llanto, odio, sangre y dolor.