Las palabras adormecidas en un libro,
cuando son leídas, se hacen mensajeras,
como las aves y vuelan de cara al viento,
en bandadas y remontan raudas,
bosques, valles, serranías
y llevan sus letras con alas extendidas,
para que cada sueño, se vuelva poesía.
Por eso, quien las escribe, las deja libres,
para que se remonten hacia el infinito,
para que alguien de pensamiento abierto,
cuando lleguen cansadas y se entreguen,
las tome en sus manos protectoras
y las consuele, las acaricie y las consienta,
y construya frases hermosas y sentidas
y quien las escuche, distinga,
desde un susurro del viento,
hasta el golpetear de las olas
de un mar incansable, en las rocas
perennemente humedecidas,
y concluya que todo emerge
de ideas coherentes y llenas de sentido
y sonría entonces y piense y exclame:
¡Ah, la vida!, el libro más profundo
el que todos escribimos en conjunto
y desde donde se desprenden
las palabras que todos expresamos
y vuelan, como pájaros o mariposas,
cuando son leídas. Sí, cuando son leídas.