El tiempo se cierra
espiraládamente,
veloz,
concéntricamente,
impidiéndome trascender.
El alma se comprime.
La masa del alma se comprime,
se suprime,
se abstrae y se reprime,
al punto de la inexistencia.
Es cuando mis pies me mienten
caminando en círculos,
como si ya no quisieran ser mis pies.
También mienten mis ojos
porque no ven lo que ven.
Y mis manos,
porque se ahogan en el aire
como si les faltara espacio,
como si las partículas, las moléculas,
¡los átomos!, se esfumasen.
Y mienten mis sueños, porque no sueñan,
y mi voz, porque no dice,
y mi boca...
mi boca, porque no besa.
¡Todo miente!
¡Como si el todo y el ser,
tampoco quisieran ser!...
Y miente la noche,
porque no he dormido.
Y la noche pretende al día,
y el día miente,
porque no es Domingo,
Y miente el espacio que ocupó tu cuerpo
y tu costado de la cama... y el mío,
y el plato frío que dejaste el Lunes
y la copa vacía, llena de vino.
Y otra vez el tiempo
permanece ausente.
Y otra vez mi círculo
se ciñe y me advierte,
como si quisiera
no querer ser círculo.
Pero allí está...
concéntricamente.
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