Quizás sea que me faltaron mis padres
cuando más los necesitaba, cuando nací.
Nací de padre ausente y de madre también,
aunque la tenía a mi lado..., casi siempre
en brazos de hombres desconocidos cuando
no en los de Dionisos. Sé que lo hacía por
olvidar, aunque fuera por un rato, su aciaga
existencia.
Crecí, por tanto, sin el cariño de los que me
dieron la vida, cariño que he perseguido
incesante como un Odiseo cualquiera en
busca de su Ítaca.
Por eso siempre me atrajeron los hombres
mayores, como fue el caso de Arthur y de Joe,
que tenían unos doce años más que yo.
Por fortuna conocí a mi hermana Berenice a
mis doce años, en el mejor momento porque
fui objeto de una feroz violación por parte de
mi padrastro.
Ella fue mi compañía, aunque fuera sobre todo
por carta, durante mi periplo por las pantallas;
me pude al menos agarrar a su regazo para no
caer al abismo, donde al final caí, no pude evitarlo...
Fui toda mi existencia buscándome sin encontrarme
y conjurando la soledad con hombres, salvo
excepciones, de medio pelo. Buscaba un padre para
mis hijos, hijos que me dieran la compañía necesaria
para no caer en lo mismo que mamá, la pobre...
Arthur me aportó su fuente de sabiduría libresca que
tanto me apasionaba. Mi afición favorita, sobre todo
en los momentos de pleno sosiego, era colarme entre
las páginas de un buen libro, me gustaba especialmente
Rilke y sus \"Cartas a un Joven Poeta\"
que leía y releía sin cesar.
Creo que quien más me quiso fue Joe, que estuvo a mi
lado hasta en el momento de mi muerte.
La depresión se iba adueñando de mi ser hasta que
se confabuló con los barbitúricos para acabar conmigo.
En plena vieja juventud, cansada de vivir sin vivir.
Así fue mi vida...