Arrastro podredumbres de alma
por arterias colapsadas
de tráfico graso hidrocarburado
mientras unos relojes de arena
anquilosados en el tiempo
que no marcan la hora
sino el espacio
permiten que yo,
iluso de mí,
caiga súperbajo...
Y caí tan bajo, tanto caí,
tan profundamente bajo
que cuando levanté
no pude hacerlo pues
era ya una alfombra,
pisoteada, para perros...