La agridulce fruición del pecado
ha escalado mi pecho
como estrecha marea perturbada.
Me queda un ardor del vientre abajo
y arden mis pupilas y mis manos
en rauda sucesión de tantas fiebres.
Mi cuerpo es espiga espoleada
por el viento que expande más las mieses.
¡Ah, el pecado que abate cuando avanza!