Quizás, son los delicados colores
que sirven de cuna a la aurora,
esa pacífica maternidad del día,
con sus rutas de aguas
donde florecen ríos y lagunas,
que toman para sí,
un pedazo del azul celeste.
Quizás, es la frágil escultura cambiante
de las nubes, en su danza
de vertiginosa altura,
por entre las cuales va corriendo el aire,
y la luz teje una red de nítidas figuras.
Quizás, son los fragmentos de mi voz,
declamando tu nombre en el pico de las aves,
o el sudor oxigenado de las hojas verdes
inundando los caminos;
tal vez las yemas humeantes de mi ojos,
que se posan en las cornisas de las calles.
Todo te pone nombre;
como ves amor, mi cielo está contigo,
incurable manera de aliviar la
soledad de ti que enternece mis pupilas.
Lo inimaginable, llega y siembra
las semillas de tu voz al sur de mi garganta,
profundamente;
se llenan mis ojos de oraciones
que te describen, sin prisas y sin pausas.
Entonces, el día brota desde las palabras,
un clamor eleva su canto hasta tu rostro
que se levanta de la noche;
de tanto buscar, te encuentro, bañada de risas,
llegando con tus labios derramando sol.