No persigue mi carta convencerte
que perdones el mal que pude hacerte,
ya se bien me porté tan depravado
que perdón es inútil suplicarte;
solo quiero en mi carta confesarte
que mi engaño con creces he pagado
Yo comprendo que ahora tú me ignores
y que pienses que soy de los peores,
y mi nombre lo tengas enterrado;
me dejé deslumbrar por emociones
que nos brindan sus falsas ilusiones,
para luego marcharse de tu lado.
Un amor fervoroso me ofrecías
mis palabras tu siempre las creías,
a mujeres hermosas me entregaba,
extasiado en sus cuerpos y sus bocas,
en pasiones efímeras y locas,
de tu amor sin pensarlo me alejaba.
No podría decirte aún te quiero;
fue mi engaño tan vil y traicionero
que jamás llegarías a creerme;
me burlé de tu amor y tu confianza,
y por eso se pierde mi esperanza
de que un día volvieras a quererme.
Cuando yo te decía que te amaba
en tus ojos la dicha contemplaba,
y miraba en sus rayos la alegría
que brotaba de tu alma tan sincera,
hoy me siento lo mismo que una fiera
al destruir de tu amor la fantasía.
Yo besaba tu boca ardientemente,
y la duda jamás cubrió tu mente
que mi amor y mis besos compartías,
bien recuerdo tu voz que preguntaba
si era puro el amor que yo te daba
pues tus sueños conmigo los vivías.
Tu perdón es difícil de alcanzarlo
no pretendo siquiera ni intentarlo,
mas si acaso te encuentro por mi vía
ya cargando de culpa mi cadena,
no me mires con odio, que la pena
de amargura consume el alma mía!
Es mi carta suspiro del culpable
que confiesa su crimen destestable,
que condena su vida a la tristeza
por matar de tu amor su luz dorada,
por viajar por la senda equivocada
entre flamas que mueren cual pavesa.
Autor: Aníbal Rodríguez.