Juan M. Gámez Ortiz

Luces de Noviembre

Las Luces de Noviembre, próximas a expirar,
lucen fuertes y fieras mientras se apagan.
Vidas continuas que suspiran por una luz
desolada que tiembla esperando el treinta.

 

Brillos del duodécimo mes, que destellan
esos últimos rastros de las luces que quedan,
van haciéndose hueco entre las desoladas ramas
de los árboles que tiemblan de frío y pena.

 

Noviembre bendito, que mueres en mis manos
frías tan frío y pálido, ven conmigo,
que yo puedo darte el calor que me sobra,
que yo puedo darte la paz que has perdido.

 

Ven conmigo ahora, Noviembre, abrázame
estos ocho días que nos quedan juntos
y enséñame esas hojas que derribaste
y las nubes negras y las lluvias que traes.

 

Ven conmigo, Noviembre, no estés triste,
enséñame la Alhambra blanca y nevada
más blanca que nunca al enmarcarla
en la Sierra Nevada que la llena de vida.

 

Ven conmigo, Noviembre querido, ven,
ven a ver conmigo los amaneceres que quedan
y las puestas de Sol desde los miradores
que hacen justicia al palacio y sus murallas.

 

Ven conmigo, Noviembre, no te dejes ir,
ven a ver al Genil discurrir por Granada
y al Darro llegar al puente y encontrárselo,
ambos son caudalosos cuando llegas, Noviembre.

 

No quiero que te vayas, Noviembre, no quiero,
¿Qué voy a hacer cuando vengan apresurados
los doce pecados de frío? ¿Qué voy a hacer?
¿Dónde estarás para poner orden al caos helado?

 

Noviembre, viejo amigo, te he visto muchas veces
y nunca antes he querido tanto que te quedes,
sé que tienes que irte, por eso suspiro bajito
y cuento despacio todo lo que nos queda pendiente.