En el cálido estío bailan los remolinos por los caminos y en ángulo al Sol severo una moza protege al niño con su sombrero blanco, porque ese hijo es todo su desvelo.
Los rayos de rota lumbre crean extrañas figuras, en tanto su luz reverbera en lo que abraza y su brillo danza en el aire como fantásticos espejismos ondulantes.
En el ardor de la tarde pampera, a la vera del arroyo que pasa, hay un niño pequeño en brazos de una mujer pálida de capelina blanca. .
La siesta con su silencio cálido y sereno pone de holganza al hornero, y se callan el zorzal y el jilguero.
Una brisa de sombras bate su frescura sobre la resolana, y no sonríen los labios de la dama buena, porque ya no siente su hijo, el aura nueva.
Se va apagando el verdor de la tarde y la madre contempla rezando el rostro inocente del niño, entre eucaliptos y aromos del monte.
La madre abanica el sombrero blanco sobre la brisa quieta, para que se mueva en derredor de las mejillas del hijo en paz.
Cuando la noche recibe a las estrellas hay en la penumbra una mujer con un niño en el pecho…
...Esta llorando a su hijo muerto…
¿Te acuerdas viajero de la vida, de los tiempos de tu madre?...
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