Tu espalda de ángel, camino a un cielo abierto,
paralelamente resultaba puerta hacia el infierno;
mientras así te veía (desnuda de alas) con deseo
me pregunté si sería posible paladear el incendio
sobre la ruta de tu dorso, mi lengua viva en celos;
duda que no se mantuvo frente a la piel del juego
naciente por cada segundo cuando con los dedos
fuiste ajustando a tu cintura un abrazo por cerco;
mis latidos blindados rompían brillos del silencio
como marcha avasallante de un ejército sin ruedo
(quise frenarlos con manos atrincheradas al pecho
pero tarde fue para lo que iban a hacer tus besos);
apreciar ese revés columpiado de negros cabellos
cimentaron en mis ojos piedras de un mar secreto
para navegar entre olas de nubes y amor eterno
hasta los confines de tu vida, donde todo es fuego.