Aquella noche de noviembre, eterna
fuiste conmigo. Fue conmovedor
tu llorar. Y si aquéllo no fue amor:
¿dime qué fue?. ¡Oh mujer suntuosa y tierna!
Aquella noche recibí tu beso
bordado en la más infinita gloria,
fue un beso santo de jaculatoria.
Por lo demás; lloré en mi propio hueso.
Aquella noche fuiste uno conmigo:
etérea y granate; amor y amada.
Dulces crepúsculos. ¡Oh, miel dorada!
Un pielago danzante fue el testigo.
Oye Hespéride: yo soy el culpable.
Y tú, oh inocente, eres inefable.
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David John Morales Arriola