Cuántas figuras de sangre al cerrar mi ojos
revolotean sin desviarse por su propia cuenta.
El viento parece llamarme y a mi soledad taciturna la abraza.
¡Cómo me mastican los dientes de la mañana
y me empujan a seguir!
hasta donde la tranquilidad se estrelle
y forme un paraíso de libros y frutales.
¡Ah!, que ser tan pequeño soy
en el cuento de un independiente escritor;
tanto para el canto cristalino de ese gorrión de alas metálicas,
tanto para los ojos del iris de los cuatro puntos cardinales.
No dependo de la vista abierta ni de los párpados curiosos;
veo la clara hondura del sentir, el alma de lo irreal,
las marcas que deja la pezuña del sol.
Me quiero sumergir en mí mismo sin don nadie parloteando,
montarme en un sonido decoroso, y ser brillante;
ser plata fina, el eco ideal.