¡PENAL!
Jamás había errado un penal. Ya estaba en ese mundo cuasi sagrado de los elegidos para la eternidad y la veneración.
El flaco González era una leyenda.
La leyenda corresponde a la más arraigada evocación de un pueblo y por eso pertenece al folklore.
En este caso la evocación era patrimonio de la hinchada de Villa Esencia, que participaba en el torneo de la B.
Y la adoración legendaria residía en la notable contundencia para los penales de Emérito González.
Cuando se cobraba un penal a favor el grupo entraba en un estado de profundo y misterioso recogimiento que lo transportaba al universo iniciático y hermético de su mesías, vedado para todos los demás mortales. Y el flaco González era ese mesías que venía con sus propias redenciones.
Los penales eran lo más esperado por la gente de Villa Esencia. El flaco enfrentaba al arquero como lo haría un domador en el circo con un zafio león. Pero sin látigo. Más canchero y con los brazos en jarra.
Se detenía unos instantes frente a la pelota como un penitente ante su Dios.
Ensimismado, abstraído, como un creyente espiritista frente a la inminencia del más allá.
Miraba la pelota como Newton a la manzana, reconcentrado como Hamlet ante la perpetua duda, o como el propio Einstein sumergido en el torbellino de las ecuaciones que metodizaban las abstrusas dimensiones del Universo.
El único que lo tenía bien calado al flaco era el viejito utilero.
A este muchacho jamás se le ha caído una idea, pensaba, y cuando patea tiene más culo que cabeza.
González no era de pie delicado; simplemente pateaba los penales haciendo como que miraba y hasta ahora invariablemente la pelota se había metido.
A veces a la izquierda, a veces a la derecha, un poco más abajo o un poco más alto, pero siempre adentro.
En derredor del número seis se había formado una aureola de inexorable infalibilidad.
Y el marcador izquierdo se había hecho un creyente ferviente de su propio mito.
Algo divino manejaba los hilos de la realidad y el flaco pateaba con displicencia porque de todas maneras iba a entrar.
Así se lo indicaba la intuición, su supersticiosa mentalidad y todos los mensajes que recibía de su entorno que lo endiosaba.
Estaba absorto y maravillado por los delirios de su propia fantasía y por las manifestaciones de adoración de sus adeptos.
En los mitos por lo general hay un personaje principal y muy importante que sostiene la historia.
Y qué personaje más importante que el marcador izquierdo de Villa Esencia, con todas las ceremonias de adoración y de encendido de velas para el número seis.
¡Al fin llegó el día!. El partido decisivo para el ascenso.
Menudeaban parrillas y asadores.
Viudas, casadas y solteras venían con cestos cubiertos con servilletas blancas y de colores que traían pasteles, mates y botellas.
Los barriletes con flecos exhibían los colores de Villa Esencia y se mostraban banderines y gorros con inocultable optimismo.
En las remeras latían como palomas prisioneras los pechos turgentes de las muchachas desde donde se lucia con indulgencia la sonrisa del flaco Gonzalez.
¡Ya empezaba el partido!
Era el último y definía el ascenso a primera A.
El primer tiempo no fue bueno para los ansiosos, 0-0.
Aunque todos lo sabían, el técnico volvió a insistir en el vestuario. Necesitamos ganar, dijo, el empate de nada nos sirve.
Segundo tiempo. 10 minutos.
…20, 30, la hora pasaba. 44 del segundo tiempo.
El juez da la pitada. El brazo señala el área.
¡Penal! Para nosotros.
¡Que lo patee el flaco!
Una sonrisa más que suficiente iluminaba la expresión de Emérito González.
El seis comenzó a caminar displicente y con lentitud hacia la pelota para definir.
,,,los diablos, el acaso, la suerte, o vaya saber qué designio supra-humano, tiraron la pelota por arriba del travesaño…
¡ Lo erré! ¡Carajo!, La tiro al bulto y siempre entra.
Esta vez para que se me habrá ocurrido pensarlo.
El viejito utilero miraba cruzado de brazos y pensó.
¡Sin culo y sin cabeza la leyenda se acabó!
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