Llovieron más atardeceres en sus ojos
durante una sola noche,
que en todo el mes de abril,
y sin embargo,
en su corazón siempre era
invierno.
Y es que sus lágrimas
no eran indicios de una temprana primavera,
sino de un tiempo congelado
que torturaba su belleza
a fuerza de llorar.
Los años no pasaban en balde,
pero ella sentía que su vida sí lo hacía,
pues estaba tan vacía,
que no sabía dónde soltar la carga que traía.