Alberto Escobar

Don Antonio en mis venas...

 

 

 

 

Tuve como matrona un verde patio andaluz

que reverberaba historia y arrullo de correntías

andalusíes, que congregaba naranjos como mulas

y burros en sus belenes las familias que le daban

voces y aguas de fregaza.

 

Mi familia, ilustre e ilustrada desde generaciones

perdidas en los álbumes conservados en polvo.

Mamé letras y músicas que me surcaron el camino, 

camino que no existe hasta que no es caminado.

 

La vocación me venía dada, mi padre folclorista,

mi abuelo adepto a Darwin y catedrático de Biología

en la Universidad de mi querida tierra hispalense.

LLevé en mis genes la poesía, que mezclé con una

pasión nacida al conjuro de los filósofos alemanes 

que sentí al calor del silencio de la Biblioteca Nacional.

 

Conseguí plaza como Catedrático de Francés en Soria

donde conocí a mi querida Leonor, que tan poco me duró...

Me cociné intelectualmente en los fogones de la Institución

Libre de Enseñanza, que me adelantó un siglo en el paso 

del tiempo, que me hizo abominar de los títulos, 

tan necesarios para sobrevivir.

 

LLegué a ser académico sin apenas poder ejercer como

profesor de instituto porque carecía del maldito título...

Conseguí al final obtener la licenciatura en filosofía con 

el patrocinio del gran Ortega y Gasset, que fue mi profesor

de metafísica, y con el apoyo moral de Unamuno, mi amigo.

La muerte de Leonor me partió en dos, tan joven..., de

tuberculosis, la enfermedad romántica.

 

La desgraciada guerra entre hermanos me cogió en Madrid.

Nos fuimos, mi madre, mi hermano José y yo, a Valencia

y después a Barcelona.

 

Vaticinaba mi muerte en un pequeño pueblo de Francia desde

semanas antes de morir, lo presentía, por eso rechacé que me

dieran asilo en la embajada, en París.

Al final mi corazón no resistió, descansa en Colliure, desde 

donde se veía mi querida España. 

 

Mi hermano José me contó en el cielo que rebuscando en mi

viejo gabán encontró, entre papelajos escritos, mi último

verso de luz que quedó deslumbrado ante el zarpazo

de la Parca. 

 

Este verso decía: \" Estos días azules y este sol de la infancia\".

 

Fui, en el mejor sentido de la palabra, un hombre bueno...