Ya no quiero que mis hijos crezcan,
que siempre se encuentren conmigo
... protegerlos de la vida recia,
que no sufran hambres ni fríos.
Ya no quiero que mis hijos crezcan,
que jamás se marchen del nido,
protegerlos bajo mis alas...
y brindarles cálido abrigo.
Ya no quiero que mis hijos crezcan,
que no maduren sus voces de niño,
que nunca muden sus vestidos cortos
... por otros largos de armiño.
Ya no quiero que mis hijos crezcan,
que no cambien sus juegos y anhelos
de saurios, por otros que parezcan
artificios vanos que los vuelvan Lelos.
Porque nadie, después ha llorado
por ellos, al cortar su ombligo.
Por la felicidad de verlos nacidos
... creo también, lloraron conmigo.
Pero hoy vi... en el reflejo
de este espejo deslucido
a alguien, que no había visto
a un triste ser... envejecido.
¡Ya no conozco a ese ser!
¡No tiene nada conmigo!
¡Seguro, perdió el reflejo de ayer
este espejo deslucido!
¿En dónde estás, mi juventud?
¿por qué de pronto me has dejado?
¿Por qué mis ojos? destellos de virtud,
¡hasta su brillo, han olvidado!
¡Que ya no crezcan mis hijos!
porque al hacerlo se me vuelven fuertes,
nada en el mundo, detendrá su vuelo
y el orgullo, anidará en sus mentes.
¡Que ya no crezcan mis hijos!
Porque al crecer probarán del rocío
el placer del cuerpo, que baña el río,
podrían llevarse, lo que ahora es mío.
¡Que ya no crezcan mis hijos!
y abandonen a este ser vencido
que al final... llorará su olvido
... en su triste nido vacío.
¡Por favor Dios mío!
retrocede el tiempo, te pido
para que ya no crezcan...
... mis hijos.
Y rejuvenezca un poco
este ser... ¡envejecido!
Autor: Héctor Adolfo Sánchez Moreno
Noviembre del 2016