De madrugada
la aurora casi rayana
en un cuarto de tantos,
un hombre de bata blanca.
Albo, la tez y paredes,
sentado en el camastro,
era el mismo de día que de noche.
Su mirada fija en el vacío
en la mano izquierda una carta
y en la diestra una papel de rosa
por ratos oteaba la misiva,
musitando al vacío,
como respuesta, la cabeza asentía.
Levanto su rosa y la ofreció
y por el ventanal enrejado
una halo de luz de velo y armiño
alumbro su rosa, rosa de papel
no era roja, no era blanca
era rosa a María.