Conocí la muerte, traía besos en sus nudillos y los dejaba caer sobre mi cintura, vientre, cuello y mis labios. Se apretaba contra este cuerpo amargo, frío, que volvía a la vida
escuchando los latidos de su corazón, cálido, dulce, - Como una maldita tarde de otoño -.
Llevaba los ojos incendiados de un rojo inefable, mientras su piel me quemaba como las puertas del infierno.
Un sabor a cielo entre sus besos, una ola golpeando las fuertes rocas; eran sus manos sobre mis muslos, presionando como si desease no soltarme jamás.
El sonar de mis hueso acompaño la tarde acalorada... cuando comenzaba a introducir los dedos en mi espalda y labrando caminos llegaba hasta mi alma.