Cuando el mamut congelado de Siberia,
y el toro vivo de Iberia despierten, cuando
el búfalo arrinconado bráme y la llama
altiva de los Andes, junto al hombre comparta
los montes y vertientes, cuando las vacas sagradas
y los perros urbanos se desmádren, y Dios deje de
ser estandarte, cuando él sea el invitado no de piedra,
y respetados tus ríos y tus afluentes, cuando el mar sea
cruzado por valerosos y temerosos hombres, unidos en el
temor, perdidos en su grandeza, sonarán en mis confines,
gratificántes cánticos al sol naciente.
Soy un débil tallo al sol poniente.
Solo el agua y el sol en cantidad mínima me bastan,
y son en este ocaso de imprevisibles estrellas, lucero
de esperanza, en el transcurrir oscuro de las noches,
alma gemela en lontananza, despertad de los sueños
y de las profecías desveladas.