Tu rostro ruborizado
cual crepúsculo en la tarde
son naranjas agridulces
que a mí sabrosas me saben.
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Veo aletear tus pestañas
como aves alzando vuelo
que salen buscando el nido
tal vez hasta sin quererlo.
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Ay qué hermosa caravana
las que forman tus suspiros,
carnavales de alegría
que sin quererlo persigo.
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Me agrada el silencio roto
por tu amoroso susurro,
ya no divido ni resto
solo multiplico y sumo.
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Cuando contemplo extasiado
la sonrisa que te adorna
jazmines y margaritas
desde tu balcón afloran.
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En el altar de tu alma
soy el creyente confeso
que abandona sus pecados
para entregarse completo.
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Mariposa tú que aleteas
por la primavera movida
lleva el amor en tus alas
como una dulce consigna.
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Yo corriendo calle abajo
tú corriendo calle arriba
hagamos breve un descanso
para aliviar la fatiga.
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Tu sombra corre tras de ti
para que así no presumas,
que hay dolores invisibles
que ni siquiera te abruman.
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Dilatando sin dolor
tus ojos paren estrellas
y todo se vuelve fiesta
porque hasta el cielo celebra.
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Hay en tu boca de almíbar
dulzura de miel añeja
y un sabor a caramelo
que me recuerda mi escuela.
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Yo soy ese fiel feligrés
en el altar de tu cuerpo
que va buscando la calma
con espíritu contento.
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Tus miradas de colores
son inviernos y veranos
son los arcoíris de luces
hermosamente floreados.
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Hay un camino infinito
por donde sigo tu huella
senderos ya transitados
llevando mi amor a cuestas.
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Tu cabellera huele a viento
tu mirada sabe a lluvia
y tu sonrisa espontánea
es cielo cuando se azula.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela