Ayer caminando por una vereda
cercana al Carrefour
se me cruzó una laucha
a esa velocidad tan propia
de las lauchas.
Siguió delante de mí
por un escaso trecho,
se quedó un instante inmóvil,
desanduvo el camino
y se internó en un patio.
Iba a alertar a las señoras parlanchinas,
pero inmediatamente deduje
que si irrumpía en el solar de la vivienda,
quien sufriría los escobazos sería yo.
Mi perversidad, complacida,
hasta me permitió regocijarme
al escuchar los alaridos.
Todavía me dura la sonrisa.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.