Tu rostro ruborizado
cual crepúsculo en la tarde
silencio de mil secretos
y eso no lo sabe nadie.
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Veo aletear tus pestañas
como aves alzando vuelo
que buscan el horizonte
con extraño desespero.
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Ay qué hermosa caravana
las que forman tus suspiros,
que van con su rumbo cierto
llevando rosas y lirios.
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Me agrada el silencio roto
por tu amoroso susurro,
porque de pronto despierto
envuelto en perfume tuyo.
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Cuando contemplo extasiado
la sonrisa que te adorna
sonrío de igual manera
con flores en la aurora
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En el altar de tu alma
soy el creyente confeso
que al oír los campanarios
que me invitan a tu encuentro.
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Mariposa tú que aleteas
por la primavera movida
con tu seda de colores
alégrame el alma mía.
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Yo corriendo calle abajo
tú corriendo calle arriba,
no corramos a la lluvia
dejemos que nos persiga.
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Tu sombra corre tras de ti
para que así no presumas,
que la noche brilla sola
sin requerir de la luna.
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Dilatando sin dolor
tus ojos paren estrellas
y sin decirte mentira
parecen una lumbrera.
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Hay en tu boca de almíbar
dulzura de miel añeja
que con sutil embriaguez
el alma toda me llena.
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Yo soy ese fiel feligrés
en el altar de tu cuerpo
que se persigna con fervor
cada vez que te encuentro.
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Tus miradas de colores
son inviernos y veranos
otoños y primaveras
que muy adentro quedaron.
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Hay un camino infinito
por donde sigo tu huella
si ese camino va al cielo
allá arriba nos veremos.
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Tu cabellera huele a viento
tu mirada sabe a lluvia
con unas hebras hermosas
que el alma entera me anudan.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela