andrea barbaranelli

Esta es la casa

 

 

Esta es la casa donde he vivido niño.

Detrás hay una huerta,

pocos metros cuadrados de tierra

cercados por una tapia: ortigas, un árbol reseco,

pobre cobre de hojas en otoño.

Antes de la guerra

nubes se amontonaban en el cielo de la ventana.

El niño que yo era dudó

alzado en vilo por la invención de los árboles.

El niño que yo era recortó la sombra de la luz,

sombra de luz, luz hecha

húmedo musgo, el brillo sorprendido

de la rana-piedra en el musgo.

Ciudad atolladero, tremedal:

las calles desembocan en el mar,

los ríos bajan al mar. Nos preparamos

un incierto futuro.

El miedo nos acecha en la manchas de la piel

asomando de una profundidad anónima.

Cuando éramos niños nos sentíamos protegidos

por el calor de unas manos ahora huesos.

Me he arriesgado a perderme

en el juego de espejos que multiplica

mis inconfesables deseos mis secretas manías

mi ansia de infinito.

Cambio quería, no pillaje, con

la conciencia tranquila del tendero

atrás de su mostrador

vendiendo

y

comprando

haciendo

mis tráficos.

El silencio,

cuando todo ha pasado,

filtra

por la pantalla de la TV,

danza de sombras chinescas

si elides el audio

si bajas

la luminosidad o la llevas

al máximo nivel, pudiendo

jugar con la imagen de la realidad

descomponiéndola

recomponiéndola

mezclando

sus elementos

creando

de la nada

lo que no existía

o, al contrario,

anulando lo que existía.

 

Porque suben y bajan

oscilando en el flujo,

tras la ruptura de las aguas

tras el pasaje

por el túnel negro del mar,

suben y bajan

tardando en vencer la resaca,

yendo a la deriva sobre la superficie

cruzándose

sólo por aproximación dando en el blanco,

anulando sueño y razón, ventaja y perjuicio,

en la desolación de la noche, sí, en esta angosta

playa, en la fría luz.

Fragmentos de huesos, bajo las hojas de las ortigas,

asomando de la tierra desecada.

Podía mirarla, esa tierra, desde

la ventana del dormitorio de mis padres

cuando me quedaba solo en casa,

oh mi tierra,

en el intervalo entre antes y después de la guerra,

cuando nadie había quedado en la ciudad,

a través de las rendijas de la persiana cerrada,

con la ciudad vaciada a la espalda.

Oh mi ciudad a orillas del mar

incendiada por la fría luz

oh mi tierra

aún no amenazada por los bombarderos.

 

Desde lejos llegaban

deshaciéndose

las colinas de agua.

Un pájaro

atravesó

el cielo de las azoteas.

Un pájaro

a vuelo rasante

estrelló los vidrios de las ventanas.

La historia

es el vacío a mi espalda.

Del borde del vacío

le hice señas a alguien de paso.