Dame el silencio, oscuro e impregnado
Con el negror estático de la eternidad
En el inmenso tiempo adentrado
De la callada e infinita majestad...
Dame la fuerza, monolítica y plena
De la tormenta furibunda en la mar,
De un dragón, de un león, o de ballena,
Capaz de destruir y derrumbar...
Dame la lengua, dulce y almibarada
Cual la espesa y azucarada miel,
La lengua del profeta, pura y honrada,
Sin falsedad y sin vacío oropel...
Dame el fuego, tan desaforado,
Cual un encendio del seco encinar
De ígneo ardor desmesurado,
¡Y llama que no puede esperar...!
Y la palabra, fuerte y acendrada,
Cual un sincero y diáfano cristal,
Limpiadora, radiante y honrada
Con energía y valor inmaterial...
Dame sosiego, tan inconmovible
Cual una roca en su fría gravedad
Cual un planeta muerto e insensible,
Te ruego, dame la tranquilidad.
Dame bondad y da la esperanza
Del vástago que quiebra el asfalto
Contra el cíbar de la malandanza,
Para creer en todo limpio y alto.
Oh dame la cordura insondable
De un abismo cuyo fondo no se ve,
De un anciano griego venerable
Y con la mente renovada cantaré.
Depárame el denuedo explosivo
De un cachorro malherido de un león,
Dame el ánimo de lucha decisivo
De decisión de un ignívomo dragón;
Y dame voluntad inquebrantable
Como las tersas cuerdas aceradas
Y la constancia mental inagotable
De unas olas en las mares generadas...
Dame la férrea salud de un gigante,
Del fénix mítico que suele renacer
De las cenizas y del fuego abrasante
Al que ni llama es capaz de deshacer.
Y dame el sopor de mil estrellas
En el espacio que nunca vio el fin
Y déjame seguir en tus huellas
Flotando en el mágico sinfín.
Efímera es la humana vida,
No sé si lo de almas es verdad,
Mas con la mente a cenizas reducida,
Te pido: ¡dame la eternidad!