Alberto Escobar

A Bartolomé Esteban Murillo.

 

Salgo del vientre de mi madre encandilado

por la luz de mi ciudad, \" La Puerta de las Indias\"

Bebo de sus esencias más íntimas, de la misería 

imperante y de las costumbres de mis vecinos

que forjan el cañamazo de mi imaginario futuro.

 

Me hundo en mis ancestros para dotarme

de contenido artístico, mi padre no me aportó

mucho en ese sentido pero sí mi madre, de la

que tomé pronto su apellido como firma de mis

cuadros, mi padre cirujano barbero y mi madre 

hija de pintores y plateros, fue ella la merecedora

de brillar conmigo en el olimpo de los pintores.

 

Mi tío Juan Castillo me enseño los primeros trazos

y otros pintores, como Francisco de Herrera,

curtido en Madrid, me aportó los mimbres

suficientes para cuajar mi manera de expresar,

de sentir ante un lienzo.

 

Pronto recibo sobre mi pecho la lluvia del éxito

emprendiendo numerosos encargos de los

conventos e iglesias de mi ciudad, que pululan

como hormigas en procesión infinita. 

 

Me convierto en el pintor de las Inmaculadas.

Soy el más prolífico, con el permiso del gran

Antolínez, en la representación de tan maravillosa

advocación mariana, pero la desgracia me llegó a

unos cien kilómetros de mi ciudad, al caer del

andamio instalado en el cielo de la iglesia de los

Capuchinos.

 

Ya contaba con sesenta y cuatro años y muchos de 

incansable dedicación a este bendito arte.

Los Desposorios de Santa Catalina quedó inconcluso.

No pude recuperarme de las heridas por que en mi 

ciudad seguía atendiendo a los pobres, hasta el

último momento...

 

Por fortuna descanso en mi querida tierra, en el Barrio

de Santa Cruz, en un lugar precioso bajo una cruz

forjada con el amor de mi gente, a la que me entregué

en cuerpo y alma. 

 

Así fue, en resumen, mi vida.

Difícil y dichosa...

 

Nací en las entrañas de Sevilla.

Me forjé a la sombra de tu Giralda.

Bebí de las fuentes del Betis

que refresco sobrado me daba.