Salgo del vientre de mi madre encandilado
por la luz de mi ciudad, \" La Puerta de las Indias\"
Bebo de sus esencias más íntimas, de la misería
imperante y de las costumbres de mis vecinos
que forjan el cañamazo de mi imaginario futuro.
Me hundo en mis ancestros para dotarme
de contenido artístico, mi padre no me aportó
mucho en ese sentido pero sí mi madre, de la
que tomé pronto su apellido como firma de mis
cuadros, mi padre cirujano barbero y mi madre
hija de pintores y plateros, fue ella la merecedora
de brillar conmigo en el olimpo de los pintores.
Mi tío Juan Castillo me enseño los primeros trazos
y otros pintores, como Francisco de Herrera,
curtido en Madrid, me aportó los mimbres
suficientes para cuajar mi manera de expresar,
de sentir ante un lienzo.
Pronto recibo sobre mi pecho la lluvia del éxito
emprendiendo numerosos encargos de los
conventos e iglesias de mi ciudad, que pululan
como hormigas en procesión infinita.
Me convierto en el pintor de las Inmaculadas.
Soy el más prolífico, con el permiso del gran
Antolínez, en la representación de tan maravillosa
advocación mariana, pero la desgracia me llegó a
unos cien kilómetros de mi ciudad, al caer del
andamio instalado en el cielo de la iglesia de los
Capuchinos.
Ya contaba con sesenta y cuatro años y muchos de
incansable dedicación a este bendito arte.
Los Desposorios de Santa Catalina quedó inconcluso.
No pude recuperarme de las heridas por que en mi
ciudad seguía atendiendo a los pobres, hasta el
último momento...
Por fortuna descanso en mi querida tierra, en el Barrio
de Santa Cruz, en un lugar precioso bajo una cruz
forjada con el amor de mi gente, a la que me entregué
en cuerpo y alma.
Así fue, en resumen, mi vida.
Difícil y dichosa...
Nací en las entrañas de Sevilla.
Me forjé a la sombra de tu Giralda.
Bebí de las fuentes del Betis
que refresco sobrado me daba.