A tu altar te llevé mi desvarío
que brotaba con lágrimas dolientes,
que al caer cristalinas y silentes
se volvía la brisa del estío.
No quisiste abrigar mi grande frío,
y tus duras miradas absorbentes
ignoraban mis cultos vehementes
que morían de penas y de hastío
Tu jamás observaste el triste llanto
ni mi sueño febril y tan profundo,
y cubriste con cruel y negro manto
mi delirio que fuera tan fecundo,
convirtiendo ilusión en gran quebranto
que dejara mi anhelo moribundo!
Autor: Aníbal Rodríguez.