Mis párpados se esfuerzan para no caer rendidos tras el transcurso de la tarde.
Tu nombre se agita en mi mente,
tímido e hiriente, como remolinos en un campo de flores.
Aún recuerdo nuestras manos entrelazadas dentro del bolso de mi abrigo,
cuando el título de conocidos era demasiado poco para describir nuestra respiración agitada al mirarnos.
Tus besos en el aire...
tu rostro en mis sueños...
Bastaba un susurro tuyo para tatuar mis heridas,
tan solo bastaba eso para mutilar mis sentimientos.
Recuerdo cada sílaba de tu silencio,
aquellos verbos sin usar en tus miradas frías,
aún cuando tú ni siquiera recordabas mi nombre.
¿Por qué no me miras?
¿Qué significó para ti esa sonrisa que me diste al cruzar la acera durante esa trágica noche de Octubre?
¿Qué ocultabas en tus bolsillos?
¿Por qué amenazabas a Cúpido con tus pupilas marrones?
El no tiene la culpa de que yo me haya enamorado...
De que tu me hayas olvidado,
que para ti fuera aventura de mil y una noches
y para mi el amor eterno que juraban los inocentes a sus dioses de madera.
Y aquí me tienes...
mirándote, dibujando cada movimiento en mi mente solitaria,
imaginando que cada sonrisa y caricia que le das a ella pueda corresponderme,
y que al finalizar el día ella estará aquí junto a mi,
escribiendo las mismas líneas.
¿Quién podrá atraparte dulce viajero?
¿Quién será frasco para tus dosis de amor?