LA ALEGRÍA DE LAS CUATRO Y MEDIA
Viajaba cómodamente en un departamento del coche cama,
y muy contento se bajó
a las cuatro y media del tren.
Iban a encontrarse después de varios meses,
primero armaron un gran alboroto
de abrazos y de besos
y de gritos de júbilo.
Se adentraron después en el bosque
cogidos de la mano,
a las cuatro y cuarenta y cinco.
Fueron al río,
uno tan ancho, que costaba atravesarlo a nado,
nadaron hacia la otra orilla
y se quedaron flotando.
En primavera todavía es peligroso bañarse
pero sin miedo se sumergieron
en un baño de adolescentes
con gran bullicio de espumas y de olas,
y así se purificaron, almas únicas,
como en un bautizo de nuevos creyentes.
Consagrados al deleite y a la flora y a la fauna
nadaron sin prisa
hasta alcanzar el centro del cauce
practicaban solamente el arte de estar vivos
y pulidos como las piedras rodadas.
El cuerpo, otro cuerpo, hinchado,
como en un rito sagrado funerario flotaba a su vera,
azotaba las cañas y oprimía
las hojas que rozaban la corriente.
Agua y lodo
que daban para más de un presentimiento.
Hasta que, por fin, a las cinco
de la tarde comprendieron
que no estaban solos ni siquiera allí.
Gaspar Jover Polo