Ardiendo en las llamas
de luces anonadadas,
sobre los cantos rodados
de amaneceres sordos,
cayeron, como hojas secas,
los pálidos helechos:
muertos, los viejos amores
de raíces quebrantadas.
Alguien les arrebató
la paciencia de las tardes.
Ya no hay crepúsculos suaves,
ni amarillas esperanzas.
Amarrados a las viñas,
sin hojas verdes ni frutos,
tan solo llevan consigo
la fe que grita, desesperada.