Mis pies perdieron el norte
de tanto tener que enseñar
el pasaporte a las sombras
de cada frontera. Escombros,
cristales rotos bajo la piel
son ahora mis hijos adoptados
y sustentan erguido el peso
del amor siempre compartido
en las palabras que no dices:
sólo las heridas pueden curar
el pánico vítreo a las cicatrices
y nada duele más que no dar
un paso sobre hojas damascenas
en treinta y siete medias lunas.
Mis pies conservan la ruta
y cuanto saben del camino
– contaron bordes de baldosa
mojados a tu lado cálido –
y un astrolabio, y la galaxia
nos conserva a nosotros dos.