Todo el amor que te tengo, se resume a esa noche en la cual la brisa del mar se ausentó de este puerto y todo se cubrió de incandescencia.
Ardía la piel al tocarnos, nuestras voces al llamarnos, ardía todo, hasta mirarnos, vaya a saber si era el fuego interno que desprendían las almas que se comenzaban a amar, o había en esto argumentos de realismo contuso.
Nos recuerdo en aquel sillón viejo, en el apenas cabían nuestros cuerpos, y tu cuerpo moldeando al mío, como las manos del alfarero que pretende con orgullo dar final a su obra. Te acurrucaste en mi pecho, y me invitaste a dormir después de un día tan cansado.
!Ay chatita¡ ¿Para qué abrí los ojos? ¿Para qué comencé a descubrir la maravilla de tenerte a mi lado?
Basto para flecharme, observarte dormir recostada en mi figura, acariciar tu cabello, y besar tu frente empapada de sudor.
Mirarte así, tan vulnerable, e inocente, siendo amor.
Y entendí toda la magia que representas, la del amor que es realista, ese que nos reconoce todos los defectos, pero hacía disfrutar de esta tarde con las características de la tormentosa Luvina de Juan Rulfo.
A lo largo de tu estancia en mi vida, me has regalado el hecho de reconocerme más humano ante la vida, envolviste mis defectos y les diste sentido, me moldeaste cual si fuera de arcilla, adiós miedos y vacilaciones, me agregaste amor, cariño y algunos detalles.
Cerré mis ojos para disfrutar del momento, disfrutar el placer de tener el cielo a mi lado, el día en el que el infierno se apoderó de este puerto.