Como gotas de lluvia recorrían cada esquina de su rostro, eran pequeñas lágrimas que contenían el dolor que algún día albergo en su corazón.
Tendida sobre la noche, eran sus peores pesadillas quienes acariciaban su cuello y la arropaban en aquella noche tan solitaria.
Siempre, a la misma hora y en el preciso momento, sus ojos contemplaban entre las sombras la aparición reencarnada en persona; y era su conciencia quien allí en silencio, la observaba a ella y a sus miedos.
Sus lágrimas no dejaban de cesar, como riachuelos se deslizaban hasta la desembocadura de sus labios. Estaban agrietados, fríos daba la sensación de que el silencio los hubiese cosido.
Respiraba una y otra vez, suave, lento, procurando no hacer ruido, procurando no caer en la tentación de ser prisionera de sus pensamientos.
La conciencia seguía varada en la nada de su sosiego esperando una respuesta, pero ella continuada allí tendida, esperando ser rescata, aguardando a la esperanza y el deseo de algún día sentirse libre.