Saboreo el ocaso con su estrella que me palpita;
el color de los buques de nubarrones
que viajan empoderados hacia su destino;
como una ventisca acaricia las doncellas ramas,
como el sol ya esconde su rubio.
¡Ah, rojizo carmín, que miras desde el cielo mi Aysén!
¿Por qué me causas tanta placidez?
No se me hace escasa la dicha,
y una gracia como suyo me ama.
“Ya se hizo tarde para mi sueño
y para el poema de Gilgamesh”.