Esta opresión es como un pecho.
Ya no quiero ser parte de tus últimas cenas.
Una herida en tu nombre.
No he sido yo.
He sido y no me importa.
Vaivén absurdo.
Entre una pared infranqueable
Y el más cruel abismo.
Me duele como un insomnio adivinar las pocas de suerte
Echada.
A la hoguera, cuando el invierno apretó a matar;
A la calle, cuando fue hambre lo que ajustó cuentas;
A balazos, pues el triunfo siempre fue el de la soledad.
Me ahogo en estos estertores de tiempo:
Si he de morir, prométeme un desierto, pero no
La plena deriva del océano.
Otros han sabido bailar los ritmos,
Atinar, súbitos cómplices de todo cataclismo,
A meter sus impecables manos en los instrumentos.
Van sembrando la lepra.
Por otros doblan las campanas, y yo,
Engordando con los astros estas tristezas,
No puedo más que este tropezar sonámbulo
Con mis aspiraciones, mis necesidades,
La abstracta cachetada filantrópica.
He de huír a un lugar más oscuro,
A una decadencia de segundos y toda la vida.
Tiempos a desmanes, escapándose de las mareas.
Robusta insinuación de tortugas aéreas,
De palomas marítimas.
Soy trama en el vértigo de un sueño de alguien que,
Súbitamente,
Despierta.
Me estiro en la vorágine de las cosas que se deshacen.
Quedó un fuego suspendido,
Como un recuerdo insistente.
Bocanadas asumidas.
Podrías irte ahora, no mañana,
No luego de un café o una luna llena.
Un desliz de cuerpos frecuenta esas ventanas,
Como saludando las mentiras que se visten de verano.
No te preocupes, corazón,
De algo hay que arrepentirse.