El vector del primer deseo
se extravió ayer en la angostura del tiempo
y regresa remozado de imprevistas formas
adecuadas a la estancia y al nuevo viento.
Sus alas elevan el ancla del amor
en un mar sereno que envuelve
con las brisas de una aurora renovada,
con las guías de una vid -con nuevos pámpanos-
que había sido fraguada por el sol.
El rocío de una estación aplazada
reconforta, y acoge la alborada
al tenor del aire golondrino
sin fijación, sin prisa, muy paciente.
Las estrellas adornan las campiñas
a la luz del día y con las noches,
en todo tiempo,
no importa el tiempo, ni apariencias.
Destellos y consentimientos,
no hay reproches
prevaleciendo complacidos y en coloquio
la comprensión, el cariño, la dicha y el amor.