Adrian Labansat

UN CUENTO PARA WALT

 

 

La política era un sueño, las palabras eran el principio, con ellas jugábamos a ser Dioses, tú eras algo así como un Dios, pero sin pene, solo un Dios podía haber destruido mi mundo, con el tiempo llegue a disputarme si no eras alguien venido del infierno, solo un demonio podría haberle arrebatado el cuerpo a mi alma, comenzamos a jugar a la crueldad, a ese juego le llamamos amor, desate las piedras que había en tus ojos hasta venirse encima de mí, aun no he podido hallar mi cuerpo para saber si quedo sepultado entre las fauces de tus brazos o en la trampa de tus ojos, a veces  no sé  lo que cree ver en mí la gente, si es solo a un moribundo o simplemente un muerto. No pude saber si los dos después de ese juego habíamos muerto o nos habían disecado en los lugares donde nos habíamos amado, porque cuando te fuiste, yo comencé a verte por todas partes, recuerdo que tuve fiebre el día que te fuiste y que orinaba sangre, mis lágrimas se estaban convirtiendo en gusanos que devoraban mi rostro, tus brazos se quedaron marchitos y creí sostener una fruta entre mis manos, desde hace años sueño para buscarme, para hallar el lugar en el que me sepultaste.

Aun recuerdo lo que  en la escuela decías, ser gringo es una indecencia, por decirlo te llamaban comunista, quizás sea cierto, estoy seguro que tenías el corazón de lado izquierdo, pero fue esa tarde cuando comenzó todo, te dije:

 

 --No sé dónde conseguiste esa palabra, 

¿de la garganta de qué muro la arrancaste?--,

 

luego la lanzaste sobre el infierno cuando me mandaste al diablo,

la inyectaste en las venas de mi derrota.

 

Debajo de la almohada, junto al diente que había dejado abandonaste la noche,

lamiste mi cuerpo, deshojábamos inocencias blancas que adquirimos en algún puto mercado,

ese día quedábamos descarnados y  estrellaste contra las ventanas del hotel mi corazón.

 

Yo creía que la vulva era una fruta,

esa noche supe que no era un fruto, mientras perdía mi cuerpo sobre el tuyo,

ahí lo deje, no volví a encontrarlo nunca.

 

Sigue brotando esa palabra en el eco de las catedrales en las que pedí para que volvieras,

pero esa plegarias se secaron en mis bolsillos con los muertos minutos nuestros,

también sostenían mis manos para no morirse de ansias por no tocarte

salvándome de morir congelado cuando tus manos ya no tomaban de las mías.

 

Hay muros gritando nuestros nombres en alguna calle, cuando lloran las avenidas,

las ventanas conservan de mi corazón el color rojizo de la sangre,

deambula el alma por las calles buscando un cuerpo donde cubrirse de la lluvia.

 

Cuando cruzamos aquellos enajenamientos quise decirte:

¡es terrible esta erupción de pasiones como el infierno!,

había marejadas por todo nuestro cuerpo,

no supe si fue el mar o fuiste tú quien me arrebato el alma

yo solo alcance a mirar un corazón destrozado en el suelo,

para luego saber que era el mío,

esa mañana había leído sobre la propiedad privada,

supe cuanto dolía intentar hacerte mía, hacerme tuyo,
recuerdo que esa tarde allane  tu pecho,

la alegría no estaba en tu cuerpo, ni en unos zapatos de marca.

 

Los minutos empezaron a escribirse en horas de papel,

escribimos un cuento lleno de mierda como los que contaba Walt,

un perverso hijo de puta como el que te arrebato de mis brazos, cuando aun tenia brazos.

 

Estoy seguro que partimos nuestros caminos y cada quien se llevo el suyo, pero regrese al lugar donde todo oscureció, donde cerré las ventanas encerrando  minutos que la memoria devora, ahora estas dibujada en estos cuatro muros.