ABANDONO
En el valle, el tañido
de campanas movidas por el viento,
como un triste quejido,
como un hondo lamento
de la aldea que llora su tormento.
Eran casas de piedra,
blasonadas, con portes señoriales,
hoy, cubiertas de hiedra
y rotos los cristales,
mas parecen presencias fantasmales.
Era un pueblo muy rico,
en sus tiempos, vivieron cien vecinos
Hoy, Juana y Federico,
dos viejos campesinos,
con su huerto, su vaca y sus gorrinos.
Un año de sequía,
las heladas y las inundaciones,
y respuesta tardía
en indemnizaciones,
abrieron la vía a las deserciones.
Los hijos se marcharon
a buscar el futuro en otros lares,
y después, emigraron,
vaciando sus hogares,
los padres y el resto de familiares.
Y aquel pueblo animado
por los juegos y risas de los niños,
quedó abandonado,
condenado al hastío,
destruído por la pena y por el frío.
Los inviernos helados,
se encargaron, cubriéndolos de nieve,
de los viejos tejados
y en un tiempo muy breve,
se vinieron abajo en el desnieve.
Se derrumbó la escuela,
no se escucha en sus aulas entonar
la alegre cantinela,
el viejo recitar
de aquella tabla de multiplicar.
Tan sólo el campanario
se resiste a bajarse de su altura,
haciendo de notario
de toda la hermosura
que este pueblo ostentó hasta su fractura.
Y ahora sus campanas,
sin resignarse al desfallecimiento,
sin las manos cristianas
que les sirvan de aliento,
repican a rebato con el viento.
Diciembre de 2016
Jose Cruz Sainz Alvarez