Sobre mi rostro corre el dolor que emerge del centro de mi razón,
de mi existir, de mi vivir.
Saber que el horizonte se acaba cuando la noche nace,
me obliga a ver sus luceros,
pues se que mi mirada con la tuya se conectan a través de ellos,
iluminando nuestro punto de partida,
recordándonos la arena y la sal,
que alguna vez las aves se quisieron llevar.