mariano777

HOMBRE CUANTICO

EL HOMBRE CUáNTICO            

 

Los rayos de la maquina lo cruzaron a pleno; de piel a piel y  de cabeza a los pies.

El profesor Lue habia sido la víctima del chorro invisible.

Las radiaciones del sorprendente aparato habían penetrado hasta la más profunda e intrincada materialidad de las partículas que vagaban en la incertidumbre de la existencia.

Jamás habían previsto los físicos las fantásticas cualidades del espacio y de la materia; eran tan extrañas que la imaginación las asimilaba a la magia.

Según especulaciones sobre lo que sucedía  tendría que comenzar a encogerse el profesor accidentado, y continuar de esa forma hasta el infinito.

Tal eran las fantásticas sorpresas que se iban sucediendo ante sus mentes incrédulas…Tal era el desconcierto…

…Poca cosa eran la revolución copernicana, darviniana o einsteniana, ante esta tremenda conmoción gnoseológica que estaba estallando…

El profesor Lúe se encogería, de acuerdo a una plausible sospecha teórica y las ecuaciones decían que hasta el infinito.

  Los hombres tomaban  conciencia de que el universo provinciano de Newton, Galileo, Einstein y muchos otros había quedado únicamente para la Enciclopedia.

Nada tenía el cosmos en lo más profundo de su esencia, de  lo que ellos habían imaginado.

Y la máquina que manipulaban había superado en mucho las más desenfrenadas expectativas que jamás había concebido la imaginación en la mente humana y que desentrañaba, parecía, las últimas verdades.

                                                                                                                    Emprendió, Lue, con las primeras precauciones para  mitigar las  desgracias de su terrible y muy curioso destino.

Sabía que no podía contar con el mundo exterior; entre sus colegas hubiera sido un cobayo como jamás lo hubo en ningún laboratorio.

 Estuvo con sus amigos y también en su casa en la angustiada forma de una despedida, pero después ya jamás regreso; arrendó un pequeño departamento, pagando el precio por adelantado, para evitar a los curiosos y suponiendo que cuando se iniciara una investigación sobre su paradero ya no estaría allí. Vaya saber en qué remota dimensión se encontraría achicándose… Pensaba el profesor.

En una semana había disminuido su talla en 10 cm. y le resultaba insoportable exhibirse ante la gente en esas condiciones.

                                                                                            

De lo primero que se ocupo fue de alimentos y medicamentos.

Sus abstrusas meditaciones abstractas de física profunda lo subyugaban y estaba anonadado y estupefacto por las últimas e inesperadas revelaciones sobre pasado y futuro, colores y dimensiones, tiempo y espacio, incertidumbre y eternidad.

En este momento media 1,20 de estatura. Y el fenómeno se aceleraba.

Pensó también en el agua.

 

Aunque hubiera sido una notable información para su equipo científico, de nada le serviría en su situación saber cuánto mediría en días posteriores; pero de igual manera coloco un centímetro con chinches en la madera de un placard.

Ahora estaba midiendo un metro.

 

 

Los científicos ocultaban la peligrosa catástrofe sucedida, en protección de sus experimentaciones. Así se evitaba la manipulación política y la intervención federal. La ansiedad y la curiosidad superaban la responsabilidad.

 

…Setenta…Sesenta…Cincuenta centímetros.

…Cuarenta centímetros…

Con veinte centímetros la perspectiva del entorno era fantástica; estaba rodeado de construcciones enormes, apabullantes paredones y farallones, que hubiera desconocido de no recordarlas desde su talla normal.

Lo atormentaba el estrepito de la pequeña radio sonando en el suelo y que no contaba con la fuerza para poderla apagar. Al fin con algo de esfuerzo pudo bajar el volumen.

Estaba encendida por su interés en las noticias de su accidente con los rayos.

Y presumió que la dilación de sus colegas para hacer pública su tragedia podría señalar la ocurrencia de otros hechos que no deseaban divulgar y que él no imaginaba. 

 Es bien sabido que el grosor de una cuerda no es proporcional a su resistencia.

                                                                                                             Así si se achica lo suficiente un jamón y la cuerda de la que cuelga, en algún momento el jamón caerá.

Eso ocurría en piernas y brazos del profesor cuando apareció la rata. Su talla era de diez centímetros.

 

 

Entre todas las cosas imaginadas en largas horas de soledad no faltó el encuentro con variadas alimañas en las que jamás había reparado, pero ahora se volvían monstruos dada su pequeñísima altura y la escaza resistencia de dedos, brazos y piernas.

La rata se acercó y ataco al profesor Lúe, que se defendió con aguja muy pequeña asida con esfuerzo por el ojal.

A los zarpazos del animal los sentía como golpes violentos, pero esta vez la buena onda estuvo de su parte y la aguja penetro en el ojo del atacante.

En esos momentos realmente la suerte lo acompañaba, porque pasados unos momentos la aguja penetro el segundo ojo del gran ratón, que huyo chillando.

Con cinco centímetros de estatura  en un cuerpo humano, era imposible que el cerebro funcionara, o lo hicieran los  ojos y oídos.

 

 

Pero extrañamente conservaba la conciencia, veía y oía.

Cuando llegó a medir un milímetro ya había perdido toda referencia para saberlo.

Y se hizo más pequeño aun que una milésima de milímetro, y todavía más que una millonésima, y mucho más aun…

El hombre cuántico, sin frio, sin calor, sin sensaciones físicas se iba precipitando vertiginosamente hacia la eternidad.

Percibía sin ojos, sentía sin oídos, pensaba sin cerebro y con un ímpetu misterioso era arrojado a extrañas concavidades, oquedades, rectas sin fin y convexidades fuera del espacio.

Pasaron moléculas, átomos, protones, electrones con incertidumbre y partículas inimaginablemente más pequeñas.

Y colores que no conocía y sonidos que no concebía.

Y en un Aleph colosal vio el pasado, vio el futuro, y vio el transfinito. Todo fue luz, todo fue entendimiento y todo estuvo fuera de la más audaz de las imaginaciones.

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