Desde la distancia
He sido testigo mudo en tu agonía.
Te he visto flaca, famélica, esquelética…
Estas sentada en la orilla del lecho de muerte
Eres nada.
Estas hecha un andrajo humano.
Tus huesos aparecen desafiantes
Como queriendo rasgar tu piel.
Tu mirada perdida en lo profundo del horror.
Tu sonrisa cadavérica no es más que la mueca pérfida de la parca.
A tu lado, escuchas la voz de un ángel.
Es tu Madre que desesperada grita: ¡Lucha!
La ciencia te dice amablemente: trata.
Y la implacable sociedad te impele: ¡Triunfa!
¿Qué haces?
Buscar el legítimo triunfo. Luchas, tratas…
Cuatro meses después te vuelvo a ver.
Estas cansada, abatida y triste.
Con voz entrecortada y débil, dices:
Lo he intentado todo.
He agotado todos los recursos humanos al alcance de mi voluntad
Y de la voluntad de otros
Pero no he podido. Y siento que no puedo.
Que es inútil…
Estas muriendo en un mar de perplejidad.
Y mueres, con tu Madre al lado gimiendo de dolor y gritando: ¡Nooooo…!
¡No te entregues! ¡Lucha!
No hay dolor más grande.
Estas en el cielo, sin duda alguna…
Ahora sabes que la lucha fue en vano.
Que luchaste contra una fuerza superior a ti.
Ahora sabes que el ego es la arena movediza que te dice: ¡Vamos, patalea! ¡No te rindas!
Y comprendes que estuviste cerca de aceptar la humilde derrota,
Porque los débiles no podemos luchar,
Tan sólo nos queda, aceptar la voluntad del creador.