Cuando era niña vivía en una casa en forma de octágono, llena de calados, de vecinos tenía un millón de esqueletos en el cementerio. En la noche cuando mi madre se dormía solía levantarme y abrir la ventana de mi cuarto para ver a mis vecinos y sus fiestas, ellos también tenían calados, no como los míos que estaban solos, los de ellos tenían miles de velas, sabían que los miraba y no faltaba el que se atreviera a invitarme a bailar en su techo, la mayoría había perdido la piel, pero algunos conservaban pedazos de carne seca pegada a los huesos y hasta ropas magulladas cargaban de vez en cuando. Me hacían compañía y yo les escuchaba sus historias, tenían mucho que contar. Había noches que me quedaba dormida en la ventana y uno de ellos venía a mí, me cargaba, me ponía en mi cama, me arropaba y antes de salir, cerraba la ventana.
Una noche después de cepillar mis dientes salí al patio a mirar las velas, esa noche estaban en silencio, no quise molestar, pero al volver a casa vi un conejito, brillante y de ojos rojos, lo quise atrapar, pero este se escabulló hasta el cementerio, lo seguí sin problemas hasta atraparlo frente una tumba muy bonita, en forma de octágono igual que mi casa adornada con miles de pequeñas ventanas, en la lápida decía:
Paulina Dix
Diciembre - 29 - 1987
Enero - 6 - 1990
Quise regresar a casa, pero no encontré el camino y desde entonces vivo aquí en el cementerio con mis amigos los muertos.