En mi clausura y en cada verso que me
regala el cielo, repito junto con
José Alfredo Jiménez:
«Mientras no me muera, ¿qué hago?».
Y ahora concibo que la muerte es la vida y
que la vida es promesa:
¡Tú, mi amigo sigue tomando tequila
y cantando canciones!,
que yo tiro cada frase en una cuartilla
y así te ocupas y me establezco.
¡Y qué mejor que hacer lo que nos complazca,
hasta el atardecer de los atardeceres!
¡Qué mejor que cantarle a la vida cuando
la muerte quiere sorprendernos!
¡Y qué mejor que la muerte que
nos salva de nosotros!,
y precisamente cuando ya no podemos
apartarnos del vicio.